Son propicios estos actos académicos para reflexionar, así sea durante breves minutos, sobre la trascendencia que tiene la educación para la vida de los pueblos, y la realización personal de los hombres.
No es una ocasional coincidencia la relación existente entre educación y desarrollo; y aunque no sea legítimo afirmar que la educación sea causa única de él, sí es válido considerarla como uno de sus factores primordiales.
Es significativo que los países llamados desarrollados, dentro del gran relativismo y complejidad que esta noción implica, sean también los que han tenido una mayor preocupación por la educación de sus gentes, y sean los que hoy poseen los sistemas educativos mejor estructurados y más eficientes.
Es que la educación, cuando se concibe y se imparte como una formación integral del hombre, se traduce en acciones fecundas para la prosperidad de los pueblos y la realización personal de los hombres.
Es aquí donde radica su importancia; es esta la razón por la cual todos los gobiernos, todas las familias y las personas todas buscan obtener el mayor nivel de educación posible.
Si lo anterior es válido, y existe consenso universal sobre su validez, es apenas obvio que se desprenda el carácter solidario del acto educativo; la educación no es responsabilidad exclusiva de las instituciones educativas; lo es también de los gobiernos, de la sociedad, de la familia, y sobre todo, de cada persona, porque la educación, es ante todo, un hecho personal.
Estar comprometidos con la educación es estar comprometidos, pues, con el progreso de los pueblos, con su destino histórico y con la realización de los ciudadanos, con un compromiso de agentes directos de su desarrollo, y no de espectadores impasibles de su suerte.
Solemos ser los hombres propensos y rápidos para enjuiciar y culpabilizar a los gobiernos y a las instituciones de los males que aquejan a los pueblos, y totalmente ciegos para reconocer la responsabilidad que a cada uno de nosotros compete en la sociedad.
Uno de los aspectos fundamentales de la educación es precisamente que, al desarrollar nuestras aptitudes intelectuales, nos permite apreciar la realidad con objetividad, analizarla con serenidad, sopesarla con justicia, dominando nuestra emotividad, deponiendo nuestros intereses particulares, para así juzgar con ecuanimidad, y proceder con rectitud; por ello se dice que la educación nos libera de la ignorancia.
La ignorancia es sin duda alguna la esclavitud más ominosa para el hombre; liberarnos de ella es ir hacia la conquista de nuestra propia libertad.
La auténtica libertad del hombre radica justamente en la liberación de todas las ataduras que le impiden realizarse como hombre, como persona; la ignorancia, que le empequeñece su mundo; la carencia de una auténtica escala de valores, que lo circunscribe al tiempo, a lo mezquino, a lo perecedero, a lo ruin; el egoísmo, que le lleva a no encontrar otro sentido al mundo que aquel que se traduce en su propia satisfacción; el desconocimiento de sus estructuras ontológicas y sociales, que le impiden descubrir el sentido de su vida y de su historia.
Es aquí justamente donde la educación tiene su campo de acción más definido; es esta la batalla crucial que justifica su razón de ser; todas las acciones educativas, incluida la formación profesional, son apenas partes de este proceso educativo, cuyo centro es el hombre.
La formación profesional que se recibe en la escuela constituye únicamente una importante herramienta de trabajo que facilita nuestra realización humana, siempre y cuando pongamos nuestro contingente profesional al servicio de una sociedad.
Es importante insistir en esto, porque el destino del hombre es realizarse como persona, y ello sólo es posible en la medida en que se identifiquen, se acepten y se jerarquicen valores que rijan luego la existencia del hombre.
Es esta la razón que explica por qué la universidad, que tuvo su origen en el deseo de saber inherente al hombre, y que canalizó luego su actividad hacia la formación profesional, enruta hoy sus velas hacia la humanización de las profesiones, buscando, dentro del proceloso mar del mundo contemporáneo, nortes que conduzcan al hombre, a puerto seguro, donde, a la par que ejercita su quehacer profesional, conquista también su ser personal.
Este es el verdadero sentido, la auténtica justificación de la acción educativa; es incompleta, menguada y vacía la acción que no conduzca a tal fin, como es pobre y mezquino el ejercicio profesional, cuando no tiene como centro al hombre.
Señores graduandos, si he querido recordaros hoy estas cosas, es porque confío que el grato recuerdo de este día, en que culmina una importante etapa de nuestra vida, os acompañará en vuestro ejercicio profesional; imprimidle siempre el sello de lo humano, y conquistaréis la mayor felicidad que es dable al hombre sobre la tierra: La realización personal y la satisfacción del deber cumplido.
Que lo humano rija vuestra labor, y el éxito os acompañe siempre. Felicitaciones.
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Antonio Mazo Mejía
Medellín, 16 de diciembre de 1983