Señores graduandos,
Culminan ustedes sus estudios postsecundarios y adquieren su calidad de profesionales, en momentos difíciles e inciertos para nuestro país.
Hoy más que nunca es necesario que el hombre colombiano tenga suma claridad sobre el código de valores que va a dar sentido a su vida y sobre la causa con la cual va a comprometer su acción a lo largo de su existencia.
Con la brevedad que reclaman las circunstancias, pero también con la claridad que el tema exige, y buscando una apretada síntesis, que no por síntesis se traduzca en pobreza, ni por apretada en superficialidad, me atrevo a plantear como única disyuntiva posible para el colombiano de hoy, máxime si es profesional, la siguiente: o el compromiso con la muerte, o el compromiso con la vida.
Se diría que la historia de la humanidad se ha debatido siempre en esta lucha entre la vida y la muerte; sólo que en nuestras últimas décadas se ha entronizado una civilización para la muerte.
Jacques Maritain en su crítica sobre el nazifascismo habla de que aquel sistema político había puesto en práctica ‘una educación para la muerte’. Matar primero el valor de los conceptos, para luego matar al hombre mismo. Empresa deshumanizadora, realizada en jóvenes y niños, incitados a las más monstruosas desviaciones.
Educación en el odio, para que los judíos fueran sacrificados en cámaras de gas por millones, por el mero hecho de serlo. Educación en el horror, para que los campos de concentración, cárceles de muerte en vida, a nadie encogieran el corazón.
Educación en la eutanasia, para que los viejos, tullidos y aún mutilados de guerra, pudieran ser asesinados con presuntas finalidades de descubrimientos científicos.
Educación en la violencia, para que la eliminación física de los enemigos del régimen o la declaración de guerra de dominación merecieran la aprobación de todos.
También otros sistemas materialistas, innegablemente emparentados con el fascismo en criterios, métodos y procedimientos, educan en el odio para que a nadie sorprendan los paredones, levantados contra indefensos ciudadanos.
Educan en el odio a Dios, porque nos enajena de nuestra condición de hombres. Educan en el odio a la Patria, porque el concepto anacrónico de Patria apenas alcanza el rango de un prejuicio burgués. Educan en el odio a la sociedad, madre de injusticias y opresiones. Educan en la desvalorización de los derechos humanos frente a las intocables prerrogativas del Estado.
Mao Tse-Tung pregonaba: «¿Qué importa la muerte de 40 millones de chinos, si sobre esa montaña de cadáveres asentamos firmemente la grandeza de China por 400 años?».
Lentamente nos hemos ido acostumbrando a la prédica incansable y a la práctica diaria del odio, de la violencia, de los atracos, de los secuestros, de las torturas, de los asesinatos.
La sociedad de hoy está recibiendo, a través de los medios de comunicación, una permanente incitación al odio, a la violencia, a la destrucción, a la muerte; y lo que es peor: Ha penetrado a las aulas de escuelas, de colegios y de universidades, a través de celosos predicadores y agentes de la destrucción, de antisociales diría yo, una civilización para la muerte.
Matemos la vigencia de los conceptos que encarnan vida, y entronicemos en su lugar los conceptos portadores del nihilismo y de la muerte, que así falseamos los sólidos fundamentos de la civilización y la cultura; la civilización para la vida, la sociedad y sus más caros valores, como la justicia y la paz, y con ellos la dignidad de la persona humana, la estabilidad de la familia, el valor irreemplazable de la vida, y todos los demás auténticos valores que dignifican al hombre, todo lo bueno, todo lo justo, todo lo verdadero, todo lo bello, caerá como un dios derrocado de su pedestal, a los pies de Anarkos «que todo lo destruye».
Matemos en la escuela y en la sociedad el concepto de disciplina, e instauremos el de represión, que así abrimos las puertas a la anarquía; matemos el nombre de academia, para que no se nos exigía rigor científico, ni responsabilidad intelectual, y demos rienda suelta al fácil y superficial diletantismo; matemos el concepto de lo metafísico, para que científico sea sinónimo de materia, que así derrocamos esa deidad del espíritu que tanto estorba a los pregoneros de la muerte; matemos el concepto de lo bello y en su lugar ensalcemos lo útil, que así abrimos las puertas a la mezquindad, a la rapiña, a la deshonestidad y al más esclavizante y alienante utilitarismo; matemos en fin la validez del concepto de persona, como ser portador de valores y de trascendencia, para que podamos convertir al hombre en una cosa sin valor, y podamos destruirlo en su alma y en su cuerpo, sin reato alguno.
Frente a estos nihilistas pregoneros de la muerte, nosotros los del Tecnológico Universitario CEIPA estamos comprometidos con una educación para la vida.
Evoquemos con el Jesuita Jenaro Aguirre, una civilización para la vida.
- Civilización para la vida, en el amor a la naturaleza, patrimonio común de la humanidad. Y por lo mismo, no nos asiste el derecho de dañarla, ni de mutilarla, ni de depredarla, ni de destruirla, ni de contaminarla; sino, por el contrario, estamos en el deber de devolverla a las futuras generaciones mejorada y enriquecida.
- Civilización para la vida, en la benevolencia hacia el hermano y en la comprensión que, según Pedro Emilio Coll, es la caridad de la inteligencia, en una sociedad fuertemente marcada por un creciente pluralismo ideológico.
- Civilización para la vida, en la fidelidad a la propia esencia; que la mujer quiera ser intensamente mujer, y no imitar al hombre; que no trate de ser mala copia cuando es estupendo y sublime original. Y que el hombre ocupe dignamente su puesto, lejos de la irresponsabilidad del machismo y ajeno a la violencia del despotismo ultrajante.
- Civilización para la vida, en la entrega generosa al trabajo, persuadidos de que la riqueza real de la Patria consiste en la capacitación conjugada con la iniciativa creadora y la voluntad de trabajar.
- Civilización para la vida, en la solidaridad humana, que ponga de manifiesto nuestra decidida voluntad de servicio y nuestro amor al hombre por el hombre mismo.
- Civilización para la vida, en el respeto a la dignidad de la persona humana de pobres y ricos, de obreros y patronos, de jóvenes y ancianos, primando siempre la primacía de las personas sobre las cosas.
- Civilización para la vida, en el afianzamiento y consolidación de los valores humanos, éticos y espirituales, a fin de que nuestra civilización pueda luchar ventajosamente contra el posible mal uso de la energía nuclear; contra las imprevisibles consecuencias de las manipulaciones genéticas; contra la desatada ambición de poder político; contra la dominación económica que ha poblado distorsionadamente al mundo «de pocos con mucho y muchos con poco»; contra la reducción de lo humano a meras cantidades de deseo o de satisfacción del instinto; contra la corrupción campante y rampante en todos los órdenes y a todos los niveles.
- Civilización para la vida, en la búsqueda incansable de la verdad, pero de la verdad integral, ya que las medias verdades producen generalmente más daño que las mentiras completas.
- Civilización para la vida, en la libertad, sin más limitaciones que el mal y el error, es decir, la violación del derecho ajeno.
- Civilización para la vida, en la justicia a los derechos humanos, cuya defensa se ajusta estrictamente a la voluntad expresa del Creador.
- Civilización para la vida, en la paz interna y entre las naciones, que para ser verdadera y estable deberá pasar necesariamente por el meridiano de la justicia en su dimensión nacional e internacional.
- Civilización para la vida, en la fraternidad universal del «Padre Maestro» que nos solidariza con la soledad de la mujer ultrajada, cargada de hijos; que nos compromete con el desconsuelo del niño abandonado, que no conoce padre ni ha estrenado un beso de madre; que nos llena de remordimientos ante la resignada e intolerable conformidad del analfabeta, que ignora su suerte y sus derechos.
- Civilización para la vida, en el amor: En el amor a Dios; en el amor a la Patria; en el amor al hogar; en el amor a los hermanos, a todos los hermanos, incluso al hermano que explota, segrega y tortura; en el amor a los más pobres y necesitados.
- Civilización para la vida, en la caridad de Aquel que dijo: «Ámense los unos a los otros, como yo les he amado»; de Aquel que contrapuso la universalidad del amor evangélico al chato y cerrado nacionalismo de la antigua Ley de Moisés: «Ustedes oyeron que se les dijo: Amarás a tu amigo y odiarás a tu enemigo. Más yo les digo: «Amen también a sus enemigos y rueguen por quienes les persiguen», llenando de amor todos los ámbitos de las relaciones humanas.
Esta es nuestra vocación sublime, nuestra tarea liberadora, mucho más ardua, lenta y difícil que el designio de las guerrillas y el fuego aniquilador de las metralletas.
Al felicitaros muy sinceramente por el logro que hoy habéis obtenido, en nombre del CEIPA, la Institución que os ha formado, y en el mío propio, os invito a que con vuestro recto obrar en vuestra vida personal, familiar, profesional y social, seáis agentes de una civilización para la vida.
Os deseo también buena ventura; que sean vuestras las cimas de la prosperidad, la satisfacción y el éxito; la prosperidad de ser cada día más, sin claudicar frente al tener más; la satisfacción, irreemplazable del deber cumplido; el éxito, de obrar siempre por la vida; y subid, subid mucho, pero ascended con «pericia de alpinistas, no con los mezquinos facilismos del trepador».
Que la estrella de Belén, mensajera de vida y esperanza, ilumine siempre vuestra senda, mostrando los auténticos caminos de la vida.
—
Antonio Mazo Mejía
Medellín, 13 de diciembre de 1985