Introducción
Al acceder a un grado universitario en un país como el nuestro, en el cual sólo el 1.8% de su población tiene la oportunidad de cursar estudios profesionales, se accede, no tanto a un nivel privilegiado, cuanto a un grado de mayor responsabilidad y compromiso, pues es deber de quienes han recibido más y mejor retribuir a la sociedad lo recibido, a través de un ejercicio integral de la profesión.
Es sobre esta responsabilidad, sobre la que invoco vuestra amable atención por breves minutos, antes de conferiros vuestros respectivos grados.
Presenta hoy nuestro país profundos vacíos que reclaman nuestra presencia, vacíos que en aras de la brevedad voy apenas a enunciar, y lo haré siguiendo la formulación que de ellos haced el Jesuita Francisco De Roux.
El vacío de la justicia social
Vivimos los colombianos en un vacío de justicia social que es ya intolerable; la realidad económica del país y la actual dirección de la economía nacional, si es como la economía como el resto del país tienen dirección, nos están conduciendo a un distanciamiento abismal entre las clases sociales; en Colombia cada día unos pocos tienen mucho más, frente a otros muchos que cada día tienen mucho menos o nada; esta brecha se amplía y profundiza cada día, con las tremendas secuelas que en todo orden, muy en especial en el de la convivencia civilizada y la paz, genera la injusticia.
El vacío del Estado
El Estado colombiano es un Estado ausente del pueblo; está ausente frente a las necesidades básicas de los más desposeídos; está ausente para defender los bienes, la honra y la vida de los ciudadanos; está ausente para garantizar la seguridad social, para orientar la educación, para legislar con voluntad política, para responder a la justicia y para defender la soberanía nacional; perdido en su propio gigantismo, el Estado colombiano está violando el derecho del ciudadano al espíritu de iniciativa de que nos habla el Papa en su última encíclica sobre la cuestión social.
Colombia está pidiendo a gritos mayor y mejor presencia del Estado; es esta ausencia la que fomenta la anarquía existente entre nosotros.
El vacío de la Sociedad Civil
En Colombia existe un gran vacío de sociedad civil, el cual se manifiesta en la ausencia de comunidad; el indígena, el colono, el campesino, el obrero, el invasor de los barrios marginados y los otros, los que algo tienen o tienen mucho, cada quien está circunscrito a vivir en su miseria o en su abundancia, pero sin nexos de comunidad.
Esto es muy grave, porque llevando el hombre en su estructura la vocación a ser persona y siendo esta realización sólo posible en comunidad, en el ser-con-otro, los colombianos carecemos hoy de lazos que nos hermanen y nos hagan solidarios unos con otros; ¿por qué entonces extrañarnos del egoísmo que nos domina y de la indiferencia frente a la desgracia de los demás?
El vacío ético
Los colombianos hemos recorrido vertiginosamente un camino que nos ha conducido a un desierto de valores éticos; nos secularizamos y si bien seguimos creyendo en Dios, cada vez creemos menos en su Iglesia y hemos renunciado a la ética católica, y nos quedamos sin ética, porque no hemos sido capaces de formular un código ético que nos oriente.
Tampoco nos ceñimos a los deberes que nos fija nuestra legislación civil; somos expertos en evadir impuestos y en conseguir amnistías; originales y creativos para el contrabando, hábiles en toda clase de peculados, en fin, maestros en aquello de “hecha la ley, hecha la trampa”.
Y si a esta idiosincrasia nuestra, agregamos el estado de postración y la inoperancia de la rama judicial en nuestro país, el panorama es aún más desolador; pues estamos en tierra de nadie, en donde cada quien puede hacer a su antojo lo que desee.
Si no existen los frenos de los principios morales para los hombres, es inevitable que los pueblos marchen hacia el abismo.
Una clase dirigente corrupta
A los males anteriores, tenemos que agregar el de una clase dirigente corrupta.
Nuestros políticos, enceguecidos por la sed del poder y del tener, han agotado su quehacer político en generar empleo, inoculándole al país el cáncer del clientelismo que se traduce en burocracia inútil, que devora los presupuestos, fomentas la inmoralidad y la corrupción y despilfarra en trámites inútiles, los escasos recursos que debieran destinarse a la solución de nuestras angustiosas prioridades.
La mediocridad, la incapacidad, el egoísmo y la indiferencia social, son endémicas en nuestra clase dirigente; díganlo si no la ausencia de las reformas trascendentales para lograr los cambios urgentes que necesita el país.
El narcotráfico
No podemos ser indiferentes frente a este nuevo y grande mal que echó fuertes raíces entre nosotros; para muchos, el narcotráfico es la respuesta al vacío que no llenó el Estado con la orientación de la economía.
El narcotráfico, desde el punto de vista económico, y a pesar de los riesgos mortales que conlleva, es la única alternativa de supervivencia para muchos colombianos, sea en la producción o en la distribución; para otros, los drogadictos, ha sido también forma de supervivencia al brindarles paraísos artificiales, que los alejan de su cruel realidad.
En un país como el nuestro, con ausencia de Estado, con grandes dificultades económicas, con escandalosa injusticia social, vacío de ética y con una justicia impotente, era apenas normal que fuese campo abonado para el narcotráfico, jugoso negocio, cuyo código ético es breve y claro: Todo está permitido si produce dinero; toda defección se paga con la vida.
En estas circunstancias, como lo afirma el P. de Roux:
“Narco es un prefijo que se pega naturalmente de todo el tejido social: Hay narco-limosnas, narco-guerrilla, narco-ejército, narco-política, narco-jueces, narco-fútbol, narco-comerciantes y por supuesto, narco-parlamentarios”.
Frente a este mal no podemos ser simplistas y creer que lo erradicaremos con medidas policivas y con la colaboración de la DEA; personalmente pienso que, mientras los países consumidores no controlen a su interior la demanda de droga, y si esto se da en el exterior, aquí no se propongan alternativas económicas de supervivencia, siempre habrá personas dispuestas a arriesgarlo todo para sobrevivir.
La guerrilla
La guerrilla actualmente existente en el país, es un fenómeno complejo de explicar, creciente y amenazante.
Existe guerrilla idealista, política, obligada y existen simples delincuentes que se hacen pasar por guerrilleros para extorsionar, vacunar, boletear y secuestrar; existe guerrilla urbana y guerrilla rural; hay guerrilleros pertenecientes a todas las clases sociales; la guerrilla ha penetrado a los sindicatos, a las universidades y al cuerpo docente del sector público.
Aunque desde muchos puntos de vista, no se esté de acuerdo con los objetivos de la guerrilla y menos con sus estrategias, sí tenemos que reconocer que el país ofrece campos abonados para la lucha armada, no que justifican, pero sí que aportan importantes elementos para la explicación de sus existencia; sobre este punto, dice el Jesuita De Roux:
“En Urabá se pelea por razones de injusticia laboral. En Córdoba y en Magdalena Medio se lucha contra los terratenientes. En Arauca se enfrenta a los enclaves petroleros. En Ariari, Guayabero y el Caquetá se defiende la agricultura campesina, cimentada en la coca. En Cauca se lucha por el derecho primario de los indígenas sobre la tierra”.
La lucha de la guerrilla ha sido una lucha costosa, cruel y estéril; Colombia está pagando con la vida de los colombianos, con el éxodo campesino y sus gravísimas secuelas, con el detrimento de la economía agropecuaria, con las bajas en el ejército y la policía, y todos los demás males que se derivan de la guerrilla, un precio demasiado alto, y lo peor de todo, es que los colombianos tenemos la sensación de la impotencia del Estado frente a la guerrilla; los horizontes no son claros; aún no vemos las posibles salidas de este mal.
La violencia
La violencia es otro grave mal que aqueja a nuestro país; Colombia es hoy uno de los países más violentos del mundo; la violencia no es un fenómeno privativo de la guerrilla y el narcotráfico; la violencia está en nuestra sociedad, en los medios de comunicación, en las actitudes, en el lenguaje.
Hay violencia en muchas actuaciones de las autoridades con los ciudadanos; en algunas empresas hay formas de violencia en las relaciones laborales; en muchos hogares hay violencia entre los esposos y en las relaciones de éstos con los hijos; el carácter violento de los colombianos aflora ante cualquier nimiedad y aquí ya todo se paga con la vida; el valor de la vida humana ha desaparecido; hoy la noticia que se destaca en algunas ciudades, es que ha transcurrido un día sin asesinatos.
Pero la violencia no sólo se da en la versión de las masacres, los secuestros y los asesinatos; entre nosotros es común ya su versión del terrorismo; hay terrorismo físico que se expresa con las bombas y petardos; hay el terrorismo escrito y el terrorismo telefónico; cada día retrocedemos más con nuevas formas de violencia.
El compromiso profesional
Este es el país en el cual os corresponde ejercer vuestra profesión; no es propiamente la Arcadia que exaltaron los poetas griegos; es un país, que justamente por la serie de graves factores que lo conforman, exige que todos los colombianos de bien, que somos la mayoría de los colombianos, aportemos el contingente de nuestra rectitud, nuestra honestidad, nuestra justicia social, nuestra solidaridad y nuestro sacrificio, para con ese concurso contribuir a la eliminación de esos enormes vacíos que aquejan a nuestra patria.
Nuestra responsabilidad como profesionales, además del aporte de los valores a que acabo de aludir, implica también -en mi sentir- un carácter de liderazgo; debemos ser líderes en nuestra sociedad por nuestra integridad personal y profesional; líderes por la creatividad en el ejercicio de nuestras respectivas profesiones y líderes en todas aquellas actividades que contribuyan a la eliminación de las desigualdades sociales y de las injusticias que colocan a tantos semejantes en condiciones de vida infrahumanas y ponen en peligro la estabilidad de nuestras instituciones democráticas.
Al vacío de justicia social, tenemos que responder con profundo y sincero respeto por los derechos humanos, con el tratamiento justo al trabajador y sobre todo, con generosa solidaridad para con todos aquellos que padecen situaciones infrahumanas, pues todos los hombres somos invitados al banquete de la vida.
Al vacío de Estado, tenemos que aportar nuestro amor entusiasmado por este gran país, nuestra fidelidad a las leyes que lo rigen, nuestro decidido apoyo a las instituciones y nuestro liderazgo para fortalecer el optimismo y la esperanza.
Al vacío de sociedad civil, es necesario oponer nuestra solidaridad ciudadana y nuestra humana fraternidad.
Al vacío ético, respondamos con nuestra tenacidad, con la rectitud en todas nuestras acciones, con la honestidad en todos los actos de la vida, superponiendo siempre la dimensión de lo moral en todo.
Frente a ese vacío de honestidad de nuestra clase dirigente corrupta, opongamos nuestra honradez, nuestra denuncia y apoyemos sólo a los dirigentes honestos, que han colocado el destino de la patria por encima de sus propios intereses.
Respondamos al narcotráfico y a la guerrilla, con positivas acciones que le resten marco de acción a sus objetivos.
Estos son los retos que hoy se os plantean; sed fieles a ellos y será vuestras la riqueza y la felicidad que el cumplimiento del deber.
Felicitaciones por vuestro grado y éxito en vuestras vidas.
—
Antonio Mazo Mejía
Medellín, 24 de junio de 1988