He creído siempre que en estos actos es conveniente reflexionar, así sea brevemente, bien sobre el sentido que tiene una profesión, bien sobre lo que significa la educación para quien ha participado de ella, porque la feliz circunstancia de que en ellos se celebra el logro de un objetivo educacional, favorece la reflexión y el recuerdo de ella.
Preocupado por cuál sería el tema para la reflexión de hoy, mientras leía «La Tercera Ola» de Alvin Toffler, encontré allí un párrafo que considero bien nos sirve de punto de partida; dice en ella el autor mencionado:
«Construida sobre el modelo de la fábrica, la educación general enseñaba los fundamentos de la lectura, la escritura y la aritmética, un poco de historia y otras materias. Esto era el «programa descubierto». Pero bajo él existía un programa encubierto o invisible, que era mucho más elemental. Se componía, y sigue componiéndose en la mayor parte de las naciones industriales de tres clases: Una, de puntualidad; otra, de obediencia y otra de trabajo mecánico y repetitivo. El trabajo de la fábrica exigía obreros que llegasen a la hora, especialmente peones de cadenas de producción. Exigía trabajadores que aceptasen sin discusión órdenes emanadas de una jerarquía directiva. Y exigía hombres y mujeres preparados para trabajar como esclavos en máquinas o en oficinas, realizando operaciones brutalmente repetitivas. (Toffler Alvin. La Tercera Ola. Plaza & Janes. Primera edición, Noviembre 1980, pg. 44).
No estoy muy seguro hasta dónde los educadores de la segunda ola, la era del industrialismo, que ya expira, fueron y son conscientes de este programa encubierto que Toffler asigna a la educación.
Pero repitiendo su esquema de pensamiento, se me antoja que la educación contemporánea tiene que replantear tanto su programa descubierto como el encubierto.
El descubierto porque el estudio de las diferentes asignaturas en la escuela contemporánea no puede reducirse como antaño al acopio de una serie de conocimientos, más vinculados al pasado, que al presente y al futuro, y con un predominio -por no decir que con una exclusividad- de desarrollar únicamente la memoria, no sólo opacando la inteligencia, sino aún reduciéndola aquella y destacando como el más inteligente a quien posee la mejor memoria.
Hoy saber no es sólo saber repetir; saber hoy es saber ver; saber ver lo que son las cosas en sí y en sus relaciones con las demás, como lo afirma Jolivet.
Y sobre todo, saber es ser capaz de aplicar los conocimientos obtenidos en la conquista del universo, en el dominio de él, a través del cual se afirma el hombre como rey de la creación; en el servicio a los demás, porque en él cumple el hombre su función de ser social; y sobre todo, en el conocimiento de sí mismo, porque es a partir de este arduo y siempre inagotable e incompleto quehacer, como el hombre avanza por el saber en su autorrealización.
Es a través de esta triple acción como la educación se pone al servicio del hombre, y le permite no sólo saber más, tener más, disfrutar más, sino ante todo, ser más.
El programa descubierto en la educación contemporánea, que es la educación responsable de formar al hombre de «La Tercera Ola», era de mayor juicio de la humanidad, de más sensatez y democracia, y que ya comienza, tiene la responsabilidad de desarrollar en el educando las facultades intelectuales, dentro de una óptica de educación permanente que le permita no sólo recordar lo aprendido, sino estar en función de aprendizaje permanente a lo largo de toda su vida; saber hoy y mañana, más que saber recordar y que saber ver, es estar en capacidad de saber aprender.
En cuanto al programa encubierto, se me antoja que la educación de hoy y de mañana tiene que replantear las bases del trípode que la sustenta; puntualidad, obediencia y repetición que plantea Toffler, pienso que deben ser sustituidos respectivamente por, responsabilidad, autonomía y creatividad.
La responsabilidad debe de sustituir a la puntualidad, porque el mundo de hoy y de mañana, ha menester de hombres responsables, que sí lo son, serán puntuales, pues la puntualidad es y será siempre una consecuencia obligada de la responsabilidad.
Hombres responsables serán los que transiten por el tiempo, conscientes de lo que significa ser hombre; serán los que conozcan la misión que les corresponda cumplir en cada momento de su existencia y en cada circunstancia de su historia, y la asuman con valor, con hidalguía y con coraje; serán los que asuman la propiedad de sus actos, sin esguinces ni subterfugios, tan invocados en nuestra era de hipocresía y descomposición; responsables serán quienes, en su cotidiano vivir, vivan ceñidos a una escala de valores en donde se refleje, con claridad meridiana, igual que se desdobla la imagen en el cristal que la refracta, lo justo, lo grande, lo bello, lo legal y lo bueno; responsabilidad habrá en el hombre cuando consciente de su dignidad de hombre, como persona, dé a cada uno de sus actos la impronta de su humanidad; habrá responsabilidad en el hombre cuando en su actuar se dé la primacía de lo bueno sobre lo útil, de lo justo sobre lo injusto, del bien común sobre el bien particular, porque no podrán armonizarse jamás, la responsabilidad con el egoísmo, el utilitarismo y la injusticia.
Nunca como en la era contemporánea ha necesitado tanto el hombre de su autonomía, porque nunca como ahora se había atacado su integridad con tanta vehemencia; ser autónomo es ser dueño de sí mismo, es ser autor de sus decisiones, es ser independiente en el pensar y en el obrar, es, en una palabra, ser sí mismo, y realizarse como hombre a través de esa «mismidad».
Nunca como ahora ha sido atacado en su autonomía con tanta inclemencia; los medios de comunicación, hábil e interesadamente, manipulan su conciencia y su opinión; la falaz formulación de nuevos códigos tienden a transformar su ética; la publicidad al servicio de la sociedad de consumo le esclaviza de sus bienes tentadores y hedonistas; la demagogia de los más hábiles le compromete y esclaviza, y el progreso mismo de la ciencia, le deslumbra, le amenaza y le avasalla; cada día es más difícil resistir a estas fuerzas; cada día es menor para el hombre la posibilidad de su autonomía; estas fuerzas se presentan al hombre con vehemencia y con encanto; son como «las sirenas aquellas, que Ulises amaba y temía».
Pero también como Ulises, el hombre contemporáneo no puede resignarse a ser un extraño en su propia casa; su heredad implica su autonomía; el hombre contemporáneo tiene que ser el único amo y señor de su pensar y de su hacer; ya está terminando la segunda ola, y con ella la sumisión del hombre al servicio de la máquina; en la tercera ola, y por la autonomía que la educación que recibe le ayudará a conquistar, se dará el giro copernicano, y estará la máquina al servicio del hombre.
Pero este giro sólo será posible si educadores y educandos nos lanzamos decididamente a la conquista de la perdida y amenazada autonomía del hombre.
Hacer y ser hombres responsables y autónomos, ese es el gran reto que nos plantea el mundo de hoy y de mañana a educadores, a profesionales, a padres de familia, en una palabra, a todos los hombres, porque todos somos solidarios en el desarrollo de la historia y en la construcción del futuro.
Y en fin, en ese trípode encubierto que ahora motiva nuestra reflexión, tenemos que sustituir la repetición, por la creatividad.
Una de las características más avasalladoras del mundo contemporáneo es la vertiginosidad de los cambios que se operan en él la vigencia de muchos descubrimientos, conocimientos y tecnologías, es tan breve como la vida del relámpago que se agota en la refulgente fugacidad de su destello.
Precisamente, Alvin Toffler, empieza su obra «La Tercera Ola» con las siguientes palabras:
«Una nueva civilización está emergiendo en nuestras vidas, y hombres ciegos están intentando en todas partes sofocarla. Esta nueva civilización trae consigo nuevos estilos familiares; formas distintas de trabajar, amar y vivir; una nueva economía; nuevos conflictos políticos; y, más allá de todo esto, una conciencia modificada también.
Actualmente existen ya fragmentos de esta nueva civilización. Millares de personas están ya acompasando sus vidas a los ritmos del mañana. Otras, aterrorizadas ante el futuro, se entregan a una desesperada y vana huida al pasado e intentan reconstruir el agonizante mundo que les hizo nacer». (Alvin Toffler. La Tercera Ola. Plaza & Janes. Primera edición. Noviembre 1980, pg. 25).
Esta característica del mundo contemporáneo le está exigiendo a la escuela de hoy predominantemente, y al hombre, sea cual fuere la profesión que haya elegido, la indeclinable formación para el cambio.
Ser capaz de adaptarnos permanentemente a nuevos géneros de vida, a nuevas exigencias de convivencia familiar y social, a nuevas modalidades de ejercicios profesional, es la única forma posible de vivir actualizados en el mundo de hoy y de mañana.
La creatividad es justamente esa capacidad que tiene el hombre para crear nuevas actitudes, para desarrollar los conocimientos adquiridos frente a nuevas realidades, para generar nuevas tecnologías, para adaptar, creando, la herencia del pasado a la realidad del presente; para renovar, innovar y renovarse cada día.
Saber en el mundo de hoy y de mañana, además de saber ver, de ser responsable y autónomos, significa también saber ser creativos.
Señores tecnólogos,
Porque el CEIPA ha cumplido ya el programa descubierto que os capacita para el ejercicio profesional en vuestra respectiva área, os va a conferir, en nombre de la República de Colombia, el título que os acredita como tecnólogos, es decir, como profesionales de un inteligente saber hacer.
Y estas breves reflexiones sean para vosotros el programa encubierto; que constituyan un mensaje más que os da el CEIPA, para que sea él como el fundamento de vuestra acción profesional, en la cual estoy seguro tendréis muchos éxitos, si sois responsables, autónomos y creativos.
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Antonio Mazo Mejía
Medellín, 25 de julio de 1981