Papel del educador contemporáneo

Cuando el Centro de Investigación y Planeamiento Administrativo – CEIPA fijó como uno de sus objetivos el propender por el mejoramiento del sistema educativo colombiano y por la innovación del proceso enseñanza-aprendizaje, lo hizo porque era consciente de las nuevas responsabilidades que competen a la educación en el mundo contemporáneo.

Y cuando el CEIPA lanzó el programa de esta licenciatura, cuya primera promoción graduamos hoy con la plena convicción de que ella constituye un valioso aporte a nuestro sistema educativo, éramos conscientes de que a través de este programa lograríamos el objetivo propuesto.

En efecto, creemos en el CEIPA que nuestro sistema educativo necesita con urgencia una innovación que sólo es posible lograr si se replantea profundamente la formación del educador.

Observamos y constatamos con preocupación cómo la escuela, que tiene la responsabilidad de formar al hombre de hoy y de mañana, y que por lo tanto debiera estar a la vanguardia de los cambios que se operan en el mundo, es paradójicamente una de las instituciones más conservadoras; se diría que la escuela está más preocupada de conservar el pasado, que de responder al presente y de preparar el futuro.

Misión suya ha sido, y es, y no puede dejar de serlo, el conservar y transmitir las conquistas del pensamiento humano en lo científico, en lo artístico, en lo cultural.

Pero no es esta la única misión de la escuela contemporánea; su ámbito no puede circunscribirse a la formación intelectual del hombre, haciendo abstracción del mundo en el cual le corresponde vivir.

Hoy se plantean al hombre nuevas formas de saber, de participar en el mundo y de ser, y ello repercute ineludiblemente en la escuela y en la acción de los educadores.

La responsabilidad del educador contemporáneo en el campo de lo pedagógico -que es el que hoy nos interesa- es múltiple, porque el mundo de hoy, y el de mañana, exigen nuevas formas de aplicar el saber, y ofrece desde ya nuevas modalidades de impartir ese saber, modalidades que evolucionarán al ritmo vertiginoso que evoluciona la época que nos ha correspondido vivir.

No podemos continuar hoy con la concepción medieval de las facultades intelectuales del hombre en entendimiento, memoria y voluntad, concepción que tuvo su repercusión en la educación en el predominio de la memoria, pues que también la poseen y desarrollan otras especies diferentes al hombre, y que nos llevó a identificar el saber con el poder retener y el saber repetir, sin preocuparnos demasiado del saber comprender, del saber analizar, del saber relacionar, del saber aplicar y del saber crear, que son otras dimensiones del saber, más humanas por cierto, y también más eminentes, como que ellas son las que diferencian el saber humano del saber animal, y más urgentes, como que a través de ellas se facilita la realización del hombre como tal.

El predominio de la memoria por una parte, y el estatismo de la ciencia por la otra, nos llevó también a concebir la educación como una acumulación de conocimientos; el enciclopedismo era el ideal; hombre culto era el erudito; y saber, era conocer de memoria y retener, sin reflexión ni crítica, el producto del pensamiento humano.

En el mundo contemporáneo la concepción del saber es diferente. No es retrospectiva predominantemente, sino actual y prospectiva. La cultura hoy se concibe como una “reflexión sobre la acción y la vida”.

El educador de hoy tiene que ser consciente de este reto del mundo contemporáneo. Pretender hoy la formación de un hombre del renacimiento, cuando nuestra misión es formar al hombre del siglo XXI, es tan insensato como pretender continuar utilizando la tracción animal como transporte, olvidando que los aviones superan ya la velocidad del sonido.

El educador contemporáneo no es ya la única fuente del saber, ni el único dispensador de la ciencia, ni la máxima autoridad intelectual; ni la memoria es el único patrón de evaluación.

El educador contemporáneo es un administrador, un facilitador del aprendizaje; «un estructurador del ambiente para aprender; un miembro más en la sociedad maestro-alumno, aunque en el análisis final el maestro es el socio que controla»; y hoy, el saber no se mide por el saber adquirido, sino por la capacidad para adquirir el saber.

La palabra ha sido superada por la imagen; el libro está amenazado por el video-casete; la escuela por la vida; el pasado por el presente y el futuro; lo eminente por lo urgente, lo desinteresado por lo útil; lo estático por lo dinámico.

El imperativo categórico de la educación contemporánea es la educación permanente; el objetivo de la escuela ya no es sólo enseñar, sino enseñar a aprender; la edad para la educación está sólo determinada por la muerte; y el lugar del aprendizaje no se circunscribe a la escuela, sino a todas las situaciones de la vida.

Armonizar, dirigir y controlar esta evolución, de tal manera que el educando no naufrague en este vertiginoso maremágnum; evolucionar y anticiparse a los cambios que se operan; hacer de cada factor del cambio una situación de aprendizaje, y dominar los diferentes medios, factores y situaciones de aprendizaje, ese es el reto que en lo pedagógico tiene el educador contemporáneo.

Reto difícil es cierto, pero apasionante, porque nos lanza a un dinamismo sin tregua, a una creatividad permanente y noble, que nos conserva jóvenes (si es cierto aquello de que tenemos la edad de nuestro espíritu); y noble, porque en síntesis no es otra que la construcción del futuro, y sobre todo, del hombre del futuro.

Basados en lo anterior y pensando en el educador como administrador del aprendizaje, el CEIPA estructuró este programa, único en el país, diferente a los demás existentes en las facultades de educación de Colombia, en la seguridad de que a través de él se hace una innovación en el sistema educativo, porque en él se forma a un educador, idóneo en todo lo referente a las situaciones del aprendizaje, y capaz de detectar y atender las principales dificultades que surgen en él.

Este programa, pensamos también, rompe el esquema tradicional en Colombia en la formación de licenciados; nuestras facultades de educación se han caracterizado por enfatizar sus diseños curriculares en las diferentes áreas de la educación media, y si ello bien respondía a un momento de la evolución del sistema educativo, creemos en el CEIPA que ese esquema, a la luz de las tendencias actuales de la educación, es cuestionable.

Conceptuamos que la formación del educador debe orientarse hacia la formación de un profesional idóneo en la administración del aprendizaje, no en determinada área del conocimiento, sino en cada uno de los niveles del sistema educativo; el dominio de las asignaturas que deben enseñarse y de la tecnología educativa aplicable a cada una de ellas, bien puede adquirirse a través de mecanismos diferentes a las de la formación profesional.

Porque los licenciados que hoy se gradúan han sido formados dentro de los presupuestos anteriores, estamos seguros de que ellos desarrollarán una fecunda labor, responderán a necesidades sentidas en nuestro medio, y prestarán un servicio innovador a los educandos que se les confíen.

Réstame agradecer a ellos la confianza que han depositado en el CEIPA, y a todas y cada una de las personas que han colaborado en el diseño y ejecución de este programa, mi reconocimiento muy sincero por su labor abnegada; para todos, muchos éxitos en el futuro.

Antonio Mazo Mejía
Medellín, 2 de octubre de 1981

Antonio Mazo Mejía - Fundador CEIPA
"La misión de la escuela ha sido, y es, y no puede dejar de serlo, el conservar y transmitir las conquistas del pensamiento humano en lo científico, en lo artístico, en lo cultural".
Antonio Mazo Mejía - Fundador CEIPA
Antonio Mazo Mejía
Fundador CEIPA