La última lección

Otra vez llegará a nosotros, dentro de ocho días, el milenario mensaje que año tras año, navidad tras navidad, se viene repitiendo a la humanidad como programa de vida: 

“Paz a los hombres de buena voluntad”

Y a lo largo de su existencia, la humanidad no ha conocido la paz, precisamente porque los hombres han carecido de buena voluntad en sus corazones.

En esta solemne ocasión, bien llega este mensaje, siempre antiguo y nuevo siempre, para, a manera de última lección, recordaros la obligación que tenemos todos, de ser hombres de “buena voluntad”.

El Niño que nació en Belén vino para darnos lecciones de vida, para que siguiendo nosotros sus enseñanzas hiciéramos de nuestra existencia un acto permanente de crecimiento personal; por eso proclamó que Él era “camino, verdad y vida”.

Hoy, cuando ustedes han culminado una importante etapa como es la profesionalización a través de la carrera que han elegido, es necesario que reflexionen, hoy y todos los días de su vida, sobre los medios de que dispone el hombre para realizarse plenamente como persona, es decir, como inteligente y libre, como el único ser de la creación con capacidad para pensar, reflexionar, imaginar, soñar, sentir, amar y decidir.

La profesión que han escogido constituye un importantísimo factor para la realización personal; desde ella ustedes podrán ejercitar su inteligencia profundizando y ampliando los conocimientos adquiridos, la creatividad desarrollando cada vez más las destrezas formadas, mejorar la calidad de vida, en fin podrán con un ejercicio profesional idóneo y honesto, lograr muchos éxitos y progresar mucho en lo profesional, en lo económico y en lo social.

Pero no bastarán estos logros para decir que se ha alcanzado una total realización; más allá de lo profesional que no trasciende los dominios de la inteligencia; más allá de lo económico que se agota en lo material; más de lo social que sólo alcanza el nivel de las relaciones personales, está el auténtico mundo de la persona, del hombre; el mundo que, como una cantera inagotable, ofrece múltiples caminos de realización, tanto más largos e interminables, cuanto más se avanza en ellos; fuentes de vida verdadera, en donde el hombre nunca se sacia, porque mientras más bebe en ellos, más se acrecienta su sed.

Ese mundo, es el mundo de lo axiológico, es el mundo de los valores, a cuya ausencia se atribuyen todos los males existentes en el mundo, muy concretamente en nuestra sociedad y en nuestro país, y en cuyo rescate y recuperación se ve la solución a los males que nos aquejan.

Porque el hombre abandonó esa dimensión de su ser, esas fuentes de vida, esos caminos de luz, y se quedó en lo material, reduciendo la razón de su existencia al dinero fácil que corrompe y arruina y al hedonismo que hastía y degrada, y fabricó del dinero y del placer, dos ídolos que le esclavizan y le explotan, el hombre equivocó su rumbo al perder el auténtico sentido de su vida, y no pudiendo renunciar a su condición humana, dio rienda suelta a todo lo negativo, a todo lo bajo, a todo lo abyecto, precisamente, a todo lo que le aleja de su auténtica realización personal.

Cuando desde la cuna de Belén se anuncia paz a los hombres de buena voluntad, se nos está diciendo simplemente que el hombre hallará la paz cuando haya empleado su buena voluntad, es decir, su inteligencia y su libertad, buscando su auténtica realización.

La paz tan anhelada por los hombres y los pueblos, está más allá de la extinción de la violencia y de la guerra; está más allá de los pactos de los dirigentes políticos y sociales; está más allá de la eliminación de la injusticia social; está más allá de la renuncia del hombre a sus desordenadas ambiciones de poder, de riquezas, de placer y de dominio.

La paz que anhelamos está más acá; nace en cada uno de nosotros; germina en nuestros propios corazones, y se multiplica y se contagia y se impondrá en el mundo, cuando cada uno de nosotros, se haya comprometido con la acción, y no tan solo con la palabra, a ser un hombre de buena voluntad.

Ser de buena voluntad es, ante todo, comprometerse con la dignidad de la persona humana, y ejercer ese compromiso en el respeto de sus opiniones, de sus derechos y de su vida.

Ser de buena voluntad es comprometerse con la honestidad, para que todos nuestros actos brillen por la transparente claridad de su presencia, sin temer reproches de nuestra conciencia, de los otros, o de Dios.

Ser de buena voluntad es estar comprometido con la justicia, que ante todo es cumplir con nuestros deberes y respetar los derechos de los demás, obrando siempre con el otro como deseamos que él obre con nosotros.

Ser de buena voluntad es asumir de verdad el compromiso con la generosidad, para con nuestras acciones, darnos al otro para remediar sus falencias, siendo la medida de nuestro dar, el dar sin medida, porque comprobado está que hay más placer en el dar, que en el recibir.

Ser de buena voluntad es llevar permanentemente un compromiso con la solidaridad, para compartir lo nuestro; la palabra, el afecto, la acción, con todo aquel que ha menester de nosotros.

Ser de buena voluntad, en fin, es estar comprometidos como seres inteligentes y libres, con todo aquello que nos realiza como personas, sin encerrarnos en estériles individualismos, pues la auténtica realización del hombre sólo es posible en ese profundo y fecundo permanente diálogo del hombre con sus semejantes, a través de los valores.

En fin de fines, ser de buena voluntad es atender ese llamado que desde las alturas se hizo a los hombres, la noche en que en Belén llegó al mundo la luz hecha hombre.

Que a partir de hoy, cuando empieza para ustedes una nueva e importante etapa de su vida al culminar sus carreras y empezar el ejercicio profesional, mantengan muy presente que más importante que ser buen profesional es ser hombre de buena voluntad.

Será la buena voluntad que ustedes pongan en sus vidas, la fuente inagotable de prosperidad, de éxitos y de felicidad, que en mi nombre y en el de la Institución que hoy los gradúa, les deseo sinceramente.

Brille una vez más para todos, la esplendente Estrella de Belén, y penetren sus rayos en nosotros, mostrándonos los caminos que debemos recorrer los colombianos, para que seamos de verdad, hombres de buena voluntad, y haya paz en la Patria, porque hay paz en nuestros propios corazones.

Antonio Mazo Mejía
Medellín, 15 de diciembre de 1989

Antonio Mazo Mejía - Fundador CEIPA
"El hombre hallará la paz, cuando haya empleado su buena voluntad, es decir, su inteligencia y su libertad, buscando su auténtica realización".
Antonio Mazo Mejía - Fundador CEIPA
Antonio Mazo Mejía
Fundador CEIPA