Culminan ustedes una importantísima etapa de sus vidas, en momentos en que suceden en el país una serie de realidades que no debían ser.
Violencia, narcotráfico, narcoterrorismo, corrupción administrativa, injusticia social, carencia de liderazgo, mediocridad e incapacidad profesionales, entre otros muchos, son los principales males que nos aquejan, más graves aún que los procedentes de los ocasionados por las conmociones de la naturaleza, o por las causas naturales del subdesarrollo, porque se generan y crecen y se multiplican en el corazón del hombre.
Si la inteligencia y la creatividad que en Colombia se ha desarrollado para la destrucción, la violencia y la muerte, la hubiésemos orientado a la construcción de una economía sólida y de una mayor justicia social, hoy seríamos una potencia latinoamericana y un paraíso mundial.
Pero la lectura que debemos hacer de nuestras desgracias no puede quedarse en la natural desesperanza, sino que a ésta debe seguir la conclusión de que lo que no debe ser, nos invita a reflexionar sobre lo que debemos ser.
Si hay violencia es porque existe injusticia social y porque se han perdido los principios del temor a Dios, del respeto a la vida y los derechos del otro, y porque se ignoran o menosprecian las normas que hacen posible la convivencia civilizada.
El narcotráfico se da porque la ambición domina al hombre y porque se invierte la escala de todos los valores, al darle prioridad al tener sobre el ser.
A esta misma prioridad se debe la corrupción administrativa. La ambición del poseer y el desconocimiento de los derechos de los demás, generan hace mucho tiempo la insoportable injusticia social que nos aqueja.
La quiebra en los principios del cumplimiento de los deberes y de las responsabilidades adquiridas nos explican, en la gran mayoría de las veces, la mediocridad y la incompetencia profesionales.
En la educación, que es por antonomasia la ciencia del ser, del crecimiento personal, de la realización del hombre como ser social, político, religioso e intelectual, se encuentra una inagotable cantera de soluciones para los males que nos agobian.
Quienes como ustedes han tenido el gran privilegio de recibir educación hasta un nivel profesional están comprometidos a vincularse ahora al contingente de colombianos que lideran el desarrollo y el progreso del país.
Hacer bien lo que nos corresponde hacer en el plano de lo personal y de lo profesional, esa es la clave para darle al país lo mejor de nosotros, porque haciéndolo así estamos construyendo, reconstruyendo y sobre todo, invitando con nuestro ejemplo a otros para que también lo hagan.
Reconocimiento de los derechos del otro por encima de nuestras propias ambiciones e intereses; fidelidad a los principios que rigen la conducta en lo social, en lo ético y en lo moral; conciencia viva y permanente de todos nuestros deberes profesionales, sociales, políticos y religiosos, esas son las bases de la fecundidad de nuestras acciones como agentes de la historia.
Vayamos al Pesebre de Belén que es propicia la hora para recordarlo, y nutrámonos allí de la sabiduría necesaria para vivir con dignidad y sencillez.
Aprendamos de ese Niño la fidelidad y la fortaleza para asumir, como Él, nuestros deberes, y ser fieles a ellos, sea cual fuere el precio que tengamos que pagar.
Aprendamos del Infante de José y María a comprender y a perdonar; pero sobre todo, aprendamos a amar, porque nada es tan eficaz como el amor para fecundizar la existencia.
Que la educación que han recibido de padres, semejantes y maestros y que la palabra que nos dice Jesús orienten en el futuro todas sus acciones; si las siguieren, tendrán prosperidad y éxito.
Ilumine el camino a seguir la Estrella de Belén.
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Antonio Mazo Mejía
Medellín, 11 de diciembre de 1992
