Al conferirles hoy estos títulos que los acreditan como tecnólogos, profesionales y especialistas en diferentes campos de la administración, corresponde a mi investidura de rector dictarles la última lección, que deseo les acompañe a lo largo de su ejercicio profesional, y que les sea de mucha utilidad.
Como corresponde a la ocasión, será una lección meramente enunciativa y por lo tanto breve, pero que no por ello, espero deje de interesarles.
A lo largo de su formación en la Fundación Universitaria CEIPA, se les ha insistido en nuestro compromiso con darles una educación integral, en la cual la persona y sus valores sean lo fundamental, lo más importante; por eso me parece oportuno señalarles hoy las principales características de los escenarios donde les corresponderá ejercer sus respectivas profesiones, porque ellas son factores condicionantes del éxito o del fracaso profesional, según respondan o no a las mismas, más que desde el saber, desde el ser, porque siempre será más fecundo en todas nuestras acciones, la presencia, la impronta del hombre, que la eficiencia de lo profesional, de lo técnico.
La civilización contemporánea hastiada del materialismo deshumanizador reclama hoy la dimensión de lo humano; cuando afirmamos que estamos en la era del servicio, no estamos diciendo nada diferente a que en las múltiples implicaciones políticas, económicas, sociales, profesionales y familiares, lo esencial, lo importante, es la presencia del espíritu humano; presencia cálida, creadora y realizadora de la persona.
Nuestra presencia profesional ha de ser una presencia dialogante, acompañante, enriquecedora por los aportes que haga para contrarrestar la soledad en que vive el hombre contemporáneo; soledad tanto más sola y angustiante, cuando es generada por la carencia de sinceridad de las relaciones, por el frío tecnicismo en el ejercicio profesional, por la infravaloración o menosprecio del otro, por el desconocimiento de que ante todo, el otro es persona.
La solidaridad ha de ser otra dimensión de nuestra presencia profesional, porque cada día todos estamos necesitados de la de nuestros semejantes; solidaridad que unas veces debe expresarse en el compartir lo material, y otras, las más urgentes e importantes, es un reclamo de la compañía, de la palabra, del afecto, de la presencia del espíritu en la expresión de sentimientos de amistad o de dolor.
Hoy, sobre todo en nuestro país, y tanto en el sector público como en el privado, urge de todos los profesionales una presencia diáfana, transparente, fundamentada en sólidas bases de honestidad, para contrarrestar la cínica, descarada y arrolladora corrupción, que hoy amenaza con entronizarse en nuestra cultura como una práctica legítima, necesaria y única estrategia garante de éxito.
Nuestra presencia profesional ha de ser también una presencia generosa; generosa en nuestra dedicación a todas las responsabilidades que se nos confíen; generosa en la eliminación de las múltiples formas de egoísmo que tanto estrechan los espacios para la tolerancia y el diálogo; generosa en la comprensión y en el servicio para que sea una presencia generadora de calor humano y propiciante de la convivencia civilizada.
Se reclama hoy de nosotros también una presencia conciliadora frente a tantas ocasiones de discrepancia, de disparidad de opiniones y de divergencias; es una presencia llamada a eliminar la agresividad que hoy flota a flor de piel en la convulsionada civilización que estamos viviendo; conciliación que debe cumplir también una función pedagógica que fecundice las relaciones entre las personas.
Nuestro ejercicio profesional ha de caracterizarse también por nuestro coraje moral; la propensión a contemporizar con todo, la cultura de lo fácil, lo engañoso de las convivencias, la inversión de los valores, la atracción del tener y del asumir posiciones cómodas y simpatizantes para no mortificar a nadie, sin detenernos en los principios que así se desconocen o pisotean, reclaman de nosotros una presencia moral, sólida en sus fundamentos, clara en sus pronunciamientos, robusta en su coraje para vencer la atracción de las claudicaciones.
El respeto, que ayer nos lo enseñaron simplemente como una dimensión de nuestra relación con los mayores y que no trascendía los ámbitos de la urbanidad y las buenas maneras, hoy se ha convertido en un valor imprescindible en nuestro actuar familiar, social y profesional, porque es el fundamento de la estabilidad en la familia, de la convivencia en la sociedad y de la autoridad en el ejercicio profesional. Nunca será posible la paz entre los hombres, si no se respetan los derechos fundamentales de la persona.
Una constante en nuestro actuar ha de ser también la lealtad; lealtad a los valores de la persona, a lo prescrito por las leyes de Dios y las de nuestro ordenamiento jurídico nacional, a los compromisos adquiridos, a los ideales formulados, a las metas propuestas, a nuestra condición humana, en una palabra, a todas nuestras responsabilidades.
Como profesionales que somos, somos privilegiados con las oportunidades que hemos recibido, y ello nos compromete a caracterizarnos por nuestra capacidad de servicio a los demás; es una capacidad que debemos ejercer con disponibilidad abierta a todos, sin fomentar discriminaciones que creen la discordia o el resentimiento; la hemos de ejercer con alegría, sencillez y humildad, para contribuir así a la construcción de un mundo mejor, obligación ineludible de todos los que habitamos la tierra.
Ser hombres integrales, señores graduandos, es eso: Es hacer presencia honesta, generosa, conciliadora, corajuda, respetuosa, leal, con permanente capacidad de servicio alegre, humilde y sencillo; es así como realizaremos nuestra dimensión de personas, y contribuiremos a la consolidación de una civilización humana; una civilización que por estar cimentada en el ser y no en el tener, tenga como objetivo fundamental garantizar a todos el ejercicio de sus derechos, la convivencia civilizada, la justicia entre los pueblos y los hombres, porque solamente en una sociedad auténticamente humana, será posible la paz, tan ambicionada y tan esquiva, pero siempre posible, cuando hay hombres decididos a construirla, porque la paz, o la construimos todos, o todos padecemos las consecuencias de su ausencia.
Señores tecnólogos en administración de redes de datos, administración de empresas y administración de personal, a ustedes, cuyo perfil profesional está más relacionado con el ejercicio técnico de las profesiones, les corresponde proyectar la dimensión humana y llevar a sus respectivos radios de acción, el mensaje de que, si bien el mundo no puede prescindir de la técnica, ésta carece de sentido si su aplicación no está humanizada.
Señores administradores de empresas, al administrar los recursos que se les confíen, jerarquicen muy bien los objetivos y los valores, para que sean verdaderamente constructores de una civilización inspirada en los auténticos valores de la persona humana; mantengan muy presente la prescripción bíblica; no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre.
Señores administradores de recursos humanos, qué gran responsabilidad recae hoy en cada uno de ustedes, pues son los primeros profesionales que se gradúan en Colombia en Administración de Recursos Humanos; es lógico que sea la Fundación Universitaria CEIPA la primera institución en hacerlo en nuestro país, pues bien lo saben todos, que nuestra nota característica es la preocupación por el hombre, por la persona y su educación integral; recuerden que la administración es un hecho de personas; la fecundidad en la administración del recurso humano que ustedes hagan, dependerá de su integridad personal; nadie da de lo que no tiene; a la riqueza humana de su ser, seguirá como la noche al día, su realización personal, profesional, y el copioso fructificar de su actuar humano.
Señores especialistas en gerencia educativa, gerenciar un proyecto educativo que es la tarea fundamental que compete a su especialización, no es otra cosa que formular, dirigir, orientar, evaluar y retroalimentar el proyecto de vida de las personas y del futuro de la sociedad; grandes responsabilidades le serán confiadas, pues es la formación de la persona, la potencialización de sus facultades lo que les corresponderá gerenciar; háganlo más que con la presencia de todas las expresiones de nuestra dimensión personal, con amor, con todo el amor de que sean capaces, porque en esta tarea de educar, el amor es el único maestro que nos guía, nos orienta y no nos deja ni desfallecer, ni fallar; verá en las generaciones que formen cómo es de fecundo el amor.
Señoras y señores, no se extrañen de que en esta lección me haya detenido en algunas de las dimensiones del ser y no hay destacado la importancia del saber; no es que lo infravalore; lo que quería destacar es que, si bien en el mundo contemporáneo no es posible hoy prescindir de la ciencia y de la técnica, lo más importante, lo fundamental para darle sentido a nuestra civilización, es la humanización que hagamos de ella; lo demás será un inútil despilfarro de nuestras acciones y nuestras vidas.
Apreciados graduandos, que la dimensión humana de su ejercicio profesional fecundice sus acciones y sus vidas; y que Dios les asista para que sea muy fecunda la cosecha.
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Antonio Mazo Mejía
Medellín, 27 de junio de 1997